He estado unos días de vacaciones y traigo conmigo una reflexión sobre el entorno y los interioristas, que te aseguro no es producto de una depresión post-vacacional, que por cierto nunca he tenido. Estoy convencida que estarás de acuerdo conmigo con lo que te cuento a continuación.
En determinados lugares, realmente, nosotros, los interioristas, no pintamos nada. Uno de los lugares que he visitado estos días, es la isla de Creta. Me ha sorprendido gratamente por lo salvaje, auténtico y poco masificado que está, como debió de ser Ibiza hace 30 años.
Es como un gran roscón de reyes lleno de pequeñas sorpresas que se van descubriendo por cada rincón de la isla. Ni siquiera en los mejores restaurantes se ve un trabajo de interiorismo demasiado elaborado y sinceramente, no se echa de menos. El paisaje, la montaña, y sobre todo, el mar, con unas sillas y unas mesitas a la sombra de un olivo, hacen que todo lo demás sobre.
Y después de esta reflexión bucólica y desinteresada, te comento acerca de otro de los lugares que he visitado. En este caso, te hablo de la ciudad de Estambul. Llena de contrastes, caótica y diferente. Muy interesante.
Puedo decir que cuando a un entorno magnífico, se le añade un buen trabajo de interiorismo, el resultado es el que ves en las fotos. Espectacular.
La foto de abajo hace referencia a uno de los restaurantes más modernos y conocidos de la ciudad. El 360. Está en la sexta planta de un edificio del centro, y su principal atractivo son las vistas; Mezquita Azul y Santa Sofía al fondo incluidas. Se puede, casi, disfrutar de una panorámica de 360º.
Iluminación muy cuidada y acertada, espacios interiores amplios, cálidos y bien decorados, buena comida. En fin, si vas a Estambul, no dejes de acercarte a cenar o a tomar una copa. Vale la pena, te lo aseguro.